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Mi mamá es mi segunda Patria y todo lo que soy se lo debo a ella. Tengo de ella mi nariz, el color de piel, la contextura física, los ojos, el pelo liso y el mal genio. Tenemos un temperamento tan fuerte que nos ha hecho encontrarnos en enérgicas peleas, pero que ahora nos da la razón en nuestro comportamiento cotidiano.
Nuestra vida ha permanecido estrechamente ligada, cuando yo era pequeña nos despertábamos a las cuatro de la mañana para recorrer casi toda la ciudad hasta llegar a un colegio llamado San Blas, donde ella era una de las maestras de quinto de primaria y yo era una de las alumnas de segundo grado. Cogíamos dos buses, caminábamos un poco y llegábamos al colegio donde permanecíamos toda la mañana.
Cuando llegaba el medio día, salíamos corriendo del colegio hasta llegar al paradero de un bus que nos dejaba en el Parque de la Independencia, mientras subíamos la loma que servía como camino para llegar a la Universidad Distrital, mamá hacía pequeñas paradas para comprarme una sopita de almuerzo y para sacar las fotocopias de clase.
Llegábamos a la universidad sín aire en los pulmones, mamá me llevaba de la mano rumbo al salón, donde mientras ella estudiaba, yo almorzaba, daba brincos por la universidad, leía cuentos y caía rendida en un sueño profundo.
Me encantaba el final de la jornada académica porque cuando bajábamos hacía la carrera décima, pasábamos por la fábrica de piquitos y mi mamá me regalaba muchos. Mamá se gradúo como licenciada de la Universidad Distrital, ha alcanzado a estudiar su maestría y está atenta a las oportunidades académicas. El colegio donde trabaja es cercano a casa y ya no tiene que tomar buses y aguantar trancones, tiene la tarde libre para descansar y tiene el salón en el que mejor se siente.
Sigo dando brincos por la universidad, estudio lo que ella estudió, me gustan los piquitos y sigo leyendo libros. Mi mamá me ayudó a escribir mi historia, gracias a ella construyo lo que ahora soy.